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La manzana podrida

Escrito por Albert Alexandre Martin el 28/10/2013 a las 20:38:37
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La cuestión más notoria cuando uno odia algo, está en discernir si ese odio es pura pasión o si es objetivable e identificable por el resto de individuos del planeta.

 

En los últimos meses he calculado perder aproximadamente unas 15 horas en una de las tiendas Apple Store, concretamente la ubicada en el centro de Barcelona, en Plaza Catalunya. El motivo: un iPad que no se encendía algunas veces, que en otros momentos decidía transformar la mitad de la pantalla en lo más cercano que he estado de ver un agujero negro del espacio sideral. Un iPad que en los últimos conatos de la ineficiencia no quería atender a las lógicas de la recarga energética más simples de la tecnología.  Ese era y es mi iPad.
 
 
Podemos asumir que un aparato tecnológico no siempre funcione, esa es una de las reglas más básicas del mundo material; incluso el cuerpo humano, en ocasiones está averiado o enfermo. Lo que ya resulta menos comprensible es que el "mismo" aparato se estropee tres veces seguidas en menos de tres meses. Pero bien, ese no es el problema, el problema que me preocupa es la política falsamente democrática de Apple y que descubrí a base de pasar horas y más horas en Apple Store.
 
 
Para que un "técnico" observe que es lo le pasa a tu dispositivo marca Apple hay que pedir cita por internet. Tras tener una hora asignada para el día siguiente o a mucho tardar, para dentro de una semana, al fin uno puede ir a la tienda y dirigirse a la zona destinada a las reparaciones. Allí un joven que parece muy moderno y que -¡cuidado!- puede ser confundido con esos jóvenes que captan furtivamente socios para ONGs en la calle, le interpela a uno por su propio nombre.
 
 
Entonces uno, que no es de piedra, dice: "¡Qué bien! ¡saben mi nombre!" Insensato, lo que tienen
es un registro de la reserva y en lugar de nombrarte incluyendo el apellido, se saltan a la torera las normas de buena educación y te tutean.
 
 
Siguiendo al chico o chica joven y moderno le sientan a uno en una mesa para que espere al "técnico". Entonces otro joven -quizás un poco menos joven pero igualmente moderno- le atiende a uno:
 
-¿Qué tal Albert? ¿Todo bien? ¿Cómo estás? ¿Qué es lo que pasa?
 
Afortunadamente no carezco de amistades pues excitado por el trato afectivo de los dependientes de Apple me hubiese entregado al sagrado rito de la amistad si hubiese carecido del mismo.
Los "técnicos" testean el aparato de la marca Apple para saber qué es lo que sucede. Como he dicho con anterioridad he pasado una media de 15 horas en Apple y he acabado viendo cómo funciona el sistema de asistencia técnica de la empresa. Allí no se arregla ni un teléfono, ninguna tableta. Allí se funciona de un modo binario: si el aparato se puede reparar reseteando el sistema perfecto, sino y siempre que tenga garantía, se sustituye el artilugio por otro nuevo. Eso no es asistencia ni es nada, eso es una farsa que haría enrojecer a todos los informáticos del planeta que se dedican a la reparación. 
 
 
Conclusión número uno: Apple intenta hacerte creer que eres el cliente número 1.000.000 siempre que acudes a su tienda. En realidad y sin que sea ningún pecado, para ellos sólo eres unos euros más. Lo molesto es que como en mi caso, te vengan con monsergas del tipo: "si reparamos tu tableta no es para ganar dinero. Lo hacemos para que seas feliz" 
 
 
Conclusión número dos: no sé si será la manzana mordida que tienen como logo pero Apple se presenta como una compañía verde cuando en realidad como hemos comprobado con su política de reparaciones  es lo menos parecido a Greenpeace. Lo que pediría en este caso es que al menos no dijeran que tienen un servicio de asistencia técnica; llamémosle asistencia comercial o asistencia de cambio y reset. 
 
[Continuará]