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La mosca cojonera de Wikileaks

Escrito por JOAN BARRIL el 22/12/2010 a las 00:39:08
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Hace muchos días que la gente común ha tenido que aprender un nuevo concepto que no siempre está claro. Se trata del portal "Wikileaks" y de su responsable (o irresponsable) Julian Assange, un hombre atractivo, alto, mitad traidor mitad héroe. En la medida en la que me encuentro voluntariamente en campo contrario no sé del todo cual es mi campo. He intentado reflexionar sobre el asunto Wikileaks y al final he tenido que reconocer mi fracaso intelectual consistente en explicar las cosas no por lo que son sino más bien por lo que no son.

 


Recapitulemos. Los funcionarios diplomáticos de los Estados Unidos redactan unos informes periódicos -llamados también cables- que van a parar a los servicios del Departamento de Estado de aquel país. Es lo que al fin y al cabo han venido haciendo desde hace milenios los cónsules y los gobernadores de los territorios alejados del centro del Imperio. Nada nuevo bajo el sol. 
 

 

Se da por supuesto que estos cables supuestamente confidenciales se mantenían en secreto. Al fin y al cabo para eso se inventaron las famosas valijas diplomáticas. Pero como sea que el Imperio quiere una información rápida y eficaz, se usan otro tipo de comunicaciones que, en ningún caso, son tan blindadas como se creía. Así resulta que esas informaciones, basadas fundamentalmente, en rumores y apreciaciones subjetivas de sus redactores, llegan a la luz pública mediante un portal telemático llamado Wikileaks y éste a su vez las distribuye a cinco grandes periódicos de papel de alcance global para que hagan con esas informaciones lo que buenamente quieran.
 

 

Llegados a ese extremo vale la pena destacar lo siguiente. Por si no lo sabíamos los miembros del cuerpo diplomático de los Estados Unidos no se limitan a la expedición burocrática de pasaportes ni de sus visas. Son, ante todo, unos conspicuos redactores de lo que ven, oyen o intuyen en el dominio territorial de su corresponsalía. Nada que objetar, pues, a ese ejército de periodistas del rumor cuyo único jefe no es el editor de ningún periódico sino la señora Hillary Clinton.
 

 

Otro elemento a destacar es que si esos "cables" salen de su opacidad y llegan a la opinión pública no es por el esfuerzo profesional de Assange y sus chicos de Wikileaks. Lo que aquí ha sucedido es lo de siempre: un funcionario desleal que tiene acceso a esa ingente documentación la roba y la entrega a Wikileaks, quién de forma acrítica, la distribuye por el mundo. En este sentido que nadie se confunda: Wikileaks no es un medio de comunicación sino un mero patio de vecindad. La autenticidad de los dichosos cables no viene determinada por el buen hacer de Assange y compañía sino por el hecho que no han sido desmentidos por los Estados Unidos. De la lectura de esos cables divulgados por Wikileaks y sus cómplices impresos se desprenden tres cosas.
 

 

En primer lugar que el cuerpo diplomático de los Estados Unidos lo ha hecho bien y que de esos cables, por cínicos y apriorísticos que sean, no se deriva una mala praxis periodística ni política. Durante algunos años he contado con una cierta amistad con el cónsul de los Estados Unidos de mi ciudad, Todd Robinson, por cierto uno de los compiladores de esos cables en el que destaca la influencia islamista en Barcelona y la deriva secesionista de Montilla. La primera vez que tomé una cerveza con el bueno de Todd le dije: "Tú dices que eres cónsul, pero en realidad eres un espía". A lo que él me respondió que en absoluto era un espía. "Naturalmente", le contesté. "Ningún espía verdadero reconoce que lo es". Los cónsules americanos en el fondo son como las chicas de alterne o los directores espirituales. Sin necesidad de preguntar acogen las confidencias de aquellos que ven su vanidad engrasada por estar cerca del imperio. Puestos a leer los papeles de Wikileaks los Estados Unidos no quedan en evidencia. Los verdaderamente ridículos son sus informadores, esa gente que no se vende sino que se regala probablemente por la fascinación de ver como el poder del mundo se fija en sus opiniones.
 

 

En segundo lugar hay que convenir que la divulgación de esos papeles no tiene nada de heroico y que tampoco forma parte de la libertad de expresión. Lo único que habrá conseguido Assange habrá sido un enorme potencial de liderazgo en el mundo marginal de la piratería informática. Y el efecto colateral de su travesura consistirá en un reforzamiento de las medidas de seguridad en la transmisión de datos de esa pléyade de informadores diplomáticos repartidos por el mundo. Los Estados Unidos y otros países importantes continuarán echando sus redes en los procelosos mares de la opinión sesgada, aunque sólo sea para ofrecer a sus patronos un número de capturas suficiente como para que alguien les valore sus informaciones por su peso y no por su calidad.
 

 

En tercer lugar hay que reconocer que en todo el asunto Wikileaks subyace una legítima tentación de la gente a estar cerca del débil y en contra del fuerte. Y es evidente que el fuerte es el enemigo americano. De no mediar el ancestral antiamericanismo de todos los freakies, piratillas y exégetas de una mal entendida libertad de expresión, otro gallo nos hubiera cantado. Recordarán ustedes cuando se interceptó una suculenta llamada telefónica entre el Príncipe de Gales, Carlos, y su novia adúltera y hoy su esposa, Camilla. Una conversación de enamorados con toques picantes ("me gustaría ser tu tampax" entre otras lindezas), no provocó el escándalo de Wikileaks. Escuchar al prójimo, aunque se trate del heredero de la corona británica, no importa. Poner negro sobre blanco lo que el Departamento de Estado norteamericano considera un secreto puede llevar a Assange a la extradición de un país tan garantista como Suecia. Añádase a esto el intento de desacreditar a Assange con una frívola acusación de violación y ya tenemos el sistema por el que se convierte a un pícaro telemático en un adalid de la libertad. En un intento de ejemplarizar un castigo y de expiar su culpa de exceso de confianza, los Estados Unidos están convirtiendo los pies de barro de Julian Assange en un pedestal de oro macizo.
 

 

Porque a todo esto, ¿alguien puede poner la mano en el fuego respecto el supuesto altruismo de Wikileaks? Al fin y al cabo el Departamento de Estado norteamericano se sufraga con los impuestos de sus ciudadanos, pero más allá de los 200.000 euros recaudados uno a uno para la fianza de Assange, ¿hay alguien más?
 

 

Lo de Wikileaks puede ser higiénico, pero no siempre es un sistema veraz de acceder a la información. No me gusta esa confusión interesada entre el derecho a saber y el derecho a decir lo que nos plazca, entre la información venga de donde venga y el infundio. A Wikileaks el negocio le ha salido barato: se ha ganado una respetabilidad sin haber hecho nada para conseguirla.  Los mismos problemas que se detectan en los foros españoles y que tantos damnificados acaba provocando pueden atribuirse a una Wikileaks que ha llegado a la fama al haber encontrado un resquicio en el blindaje del ancestral enemigo americano y al haber practicado la técnica del fuera de juego dejando que los delanteros del complejo militar y diplomático de los Estados Unidos fueran más allá de lo que los reglamentos de la información permiten. No es que Wikileaks haya ganado esta batalla. Es que los Estados Unidos, haciendo correctamente lo que cualquier país líder debería hacer, la han perdido al intentar matar la mosca cojonera de Assange a cañonazos, calumnias, coacciones y amenazas.