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La razón de las palabras y la sumisión de las siglas

Escrito por JOAN BARRIL el 03/11/2010 a las 00:17:48
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En los albores de las nuevas tecnologías, cuando las películas nos iban pasando por la pantalla botones, relés, lucecitas y extraños dispositivos que identificaban a los buenos de los malos, destacó una serie llamada "El agente de CIPOL". Podríamos deducir que el acróstico CIPOL podía hacer referencia a una eventual Policía Cibernética. Nada de eso. Al fin y alcabo "El agente de CIPOL" no fue más que una traducción de una serie norteamericana que se llamaba "The man of UNCLE". También aquí podríamos pensar en que Uncle era una broma de los guionistas para hablar del famoso "Uncle Sam", pero siempre hay desfacedores de entuertos. Y resulta que UNCLE hace referencia a un organismo internacionalcuyo nombre real es "United Network Command for Law and Enforcement". A la hora de traducir la serie para Latinoamérica, los guinonistas optaron por "El agente de CIPOL" sin que esas letras tuvieran nada que ver con la cibernética sino con la "Comisión Internacional Para la Observancia de la Ley". Vulgar y anodino, desde luego. Pero auténtico.


La serie se estrenó en 1964 y se emitieron en España más de uncentenar de capítulos. Sus protagonistas fueron Napoleon Solo, encarnado por el actor Robert Vaughn y su compañero Ilya Kuryakin, un ruso que trabajaba con "los buenos" y que fue llevado a la pantalla por el británico David McCallum y su flequillo rubio. Esa pareja se dedicaba, naturalmente,a  desbaratar los planes de los pérfidos mundiales. Su cuartel general estaba en nueva York, camuflado en la trastienda de una tintorería. y para acceder a él tanto Napoleon Solo como Ilya Kuryakin mostraban a una máquina una tarjeta plastificada con una banda magnética o un código de barras que les identificaba como miembros de la organización. Desde 1964 hasta hoy han pasado 46 años y a nadie le extraña ya que para entrar en una corporación, en una administración o hasta en el metro sea necesario un cartoncito que nos franqueará el paso. No sólo eso: cuando pedimos la llave en un hotel ya no nos dan un objeto metálico con dientes de sierra, sino una tarjeta plastificada que se introduce en un ranura de la puerta. A eso se le llama llave, porque cumple con la función de tal. Pero su aspecto es completamente diferente. Sin embargo la sabiduría popular ha hecho suya la función y ha olvidado el aspecto tecnológico.
 

Toda esta historia de "El agente de CIPOL" viene a cuento porque en esos albores de la tecnología el ciudadano o el usuario todavía tenían una cierta potestad para definir las cosas con un nombre comprensible. Así fue como en ciertas empresas de Madrid, ciudad en la que el ingenio popular del dramaturgo sainetero y castizo Carlos Arniches se mantiene en plena vigencia, cuando los recursos humanos decidieron que sus empleados cruzaran el torno de entrada y salida con una tarjeta de lectura óptica o magnética, al invento se le pasara a llamar "Cipolín", en honor de la famosa serie. Todavía hoy, los trabajadores más veteranos hablan del "cipolín" sin ni siquiera sospechar su etimología cinematográfica. Los más curiosos e inquietos deben pensar que se trata en el mejor de los casos de un concepto inventado por algún informático juguetón, pero no deben contemplar la posibilidad que haya sido la gente, precisamente la gente, la ignorante gente, la de la dichosa fractura tecnológica, la que la que haya dado nombre a un ingenio y la ha adaptado a su lenguaje habitual.
 

Porque lo que está sucediendo es que la tecnología ya no sólo contribuye a solucionar problemas de relación y de resolución de contactos. Lo que está sucediendo es que el entramado técnico empresarial se ha erigido en el diseñador de nuestras vidas y, en su afán legítimo de hacer que sus productos lleguen al mayor número de gente posible, se ha olvidado de hacerlos asequibles. Por una vez el cliente ya no tiene la razón. Por primera vez el comprador de un equipo o de un software se encuentra con la paradoja de comprobar que el éxito de los avances técnicos se sustentan sobre una incapacidad de relacionar personas, culturas, lenguas y hábitos mentales de sus usuarios. A los que se acercan al mundo de la nueva tecnología se le dice lo mismo que Beatriz le contaba a Virgilio en "La Divina Comedia" de Dante cuando visitan los infiernos y en el frontispicio de la entrada se recuerda a los condenados a que abandonen toda esperanza cuando entren. La escasa vocación democrática de esos gurus de la informática llega a la terminología, que cae de manera acrítica sobre los usuarios. Siempre me ha sorprendido la escasa curiosidad de la gran mayoría de usuarios a la hora de intentar definir las herramientas con las que se supone que están trabajando. Si Todavía no han cruzado la frontera del papanatismo irreversible, hagan la prueba y pregunten a todos aquellos que tienen en sus manos un poco de tecnología. ¿Qué es un MP3? ¿Por qué 3? ¿Si existía un 2, qué ventajas tiene el 3 y qué ventajas tendrá el 4? MP, ¿a qué palabras -sin duda inglesas- se refiere? Intenten el diálogo con las máquinas y verán palabras equívocas como "perfil", como "cuenta", como "por defecto", "configurar". Me dirán -y tendrán razón- que también el mundo de la automoción está lleno de palabras importadas y que la gasolina oscila entre el full o el empty. Al fin y al cabo hoy no se habla de la misma manera que hace 300 años. Las palabras están vivas. A veces aparecen, a veces llegan sin papeles, a menudo se quedan entre nosotros y cambian de sentido. ¿Cuántas veces hemos oído una conversación en la que uno le dice al otro "deberías cambiar el chip", para indicarle que ha de ver las cosas de manera distinta? A veces simplemente desaparecen. ¿Qué se hizo de palabras como sicalíptico, psicodélico o malthusiano? 
 

Pero lo que aquí quiero significar es simplemente una llamada de alerta. No se trata que las palabras no sigan su camino y que nos quedemos anquilosados en los diccionarios. De lo que se trata es de comprender que estamos ante una invasión sin precedentes de una jerga dominada por una minoría que irradía sobre los usuarios sin permitirles ningún tipo de defensa. porque ya no estamos hablando de barbarismos. Estamos hablando de la sustitución de la palabra clara por las siglas irreconocibles. Los que adaptaron el cipolín para salvarse del control telemático del torno de entrada eran unos afortunados. Hoy, cuando se nos habla del abismo tecnológico entre generaciones, hay motivos para pensar si es que los mayores no quieren saltar o si el endiosamiento de ciertos ingenieros y sus patronos se dedican a ensanchar las distancias. Nos han ofrecido una herramienta prodigiosa. Pero a veces da la impresión que eso no les basta y que a lo que realidad aspiran es a controlar el nombre de las cosas y a garantizar la sumisión de las ideas.