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La "vuvuzela" tecnológica

Escrito por JOAN BARRIL el 07/07/2010 a las 00:11:33
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Es curioso, pero otro de mis campos contrarios es el mundo del futbol. No me disgusta el espectáculo. En una ocasión asistí a un partido nocturno en el Camp Nou y el espectáculo era emocionante. Lo único que sucede es que, contrariamente a algunos de mis amigos, yo de fútbol no entiendo. Me refiero a que los compañeros con los que comparto la contemplación de un partido tienen una capacidad de anticipación que a mí se me escapa. Ellos saben hacia dónde va a ir el balón y ven los huecos que deja la defensa contraria. Yo, por el contrario, sólo veo la evolución rapidísima de unas siluetas y el gol, cuando llega, siempre me pilla por sorpresa. En estos días el Mundial de Sudáfrica ha sido un bonito pretexto para asistir a los rituales de ese gran espectáculo al que algunos se empecinan en considerar todavía deporte. En realidad hay otros elementos que son más importantes que los estrictamente deportivos. En un partido de futbol de selecciones nacionales el deportista es lo de menos. Lo que importa es la recuperación de la inversión realizada, ya sea en forma de autoafirmación patriótica o de la plusvalía que en el mercado mundial registran los actores del campeonato que han destacado por sus resultados. En el caso de Sudáfrica 2010 hemos visto novedades baratas, como el apasionante sonsonete de las "vuvuzelas". Y también hemos asistido a la sorpresa de selecciones de países poco habituales en este tipo de competiciones. La presencia de Paraguay, cuyos jugadores hablan entre sí la lengua guaraní para no ser comprendidos por sus adversarios de habla hispana, ha sido un elemento reconfortante. Asimismo la selección de Corea del Norte, un país hermético cuyo régimen no se caracteriza precisamente por dar facilidades a sus súbditos para que puedan viajar, protagonizó un espléndido fraude de espectadores al contratar a un millar de chinos, ponerles en las gradas con los colores coreanos y convertirles en "hooligans" de alquiler. Se trata de pequeñas manifestaciones genuinamente humanas que justifican que el fútbol mantenga esa liturgia social que va de los emporios del heroísmo a la picaresca de los listillos. Pero hay otro elemento genuinamente humano que ha aflorado a lo largo del campeonato. Se trata de los arbitrajes y de la trascendencia que una buena o una mala gestión del partido puede conllevar para la selección perjudicada. El fútbol es uno de los pocos deportes en los que está contemplada la posibilidad del empate. Asimismo, en su reglamento hay normas básicas y otras que son eminentemente interpretativas. A los árbitros les corresponde la difícil tarea de confiar en sus sentidos, fundamentalmente el de la vista, y de actuar punitivamente contra el infractor de forma rápida e irreversible. Sólo por eso el fútbol merece un lugar de honor en el mundo del deporte. Porque en el fondo todo se sustenta en una cuestión de confianza suprema respecto a los hombres que han de dirimir vertiginosamente los problemas en el campo. Así ha sido siempre. Y así seguirá siendo. Y es que por lo visto nadie se había percatado que, desde que el fútbol es fútbol, el resultado depende también de los errores arbitrales. ¿Por qué precisamente ahora, en Sudáfrica, ha aparecido la corriente que pretende introducir las nuevas tecnologías en el llamado deporte-rey? En realidad la tecnología hace tiempo que está instalada en los estadios. Las retransmisiones televisivas y el enorme capital publicitario que mueven ha permitido la introducción de nuevas formas de contemplar un partido que los antiguos Kubala o Di Stefano jamás habrían soñado. Hoy sabemos el porcentaje de posesión del balón. Hoy conocemos al instante la capacidad goleadora de un delantero o las asistencias de cualquiera de los laterales. Puestos a saber incluso se nos dice la velocidad a la que es capaz de llevar el balón un futbolista en un tiro a puerta o en el saque de una falta. Todo eso no se hace a ojo de buen cubero, sino gracias a la tecnología. Y sin embargo a menudo el espectador ve goles reales que el colegiado ignora. Demasiadas veces el fuera de juego se pita para frustrar una internada que podría haber culminado en gol. ¿Es que los árbitros están perdiendo facultades para seguir el juego? ¿A qué viene entonces esta reticencia de la FIFA a introducir tecnologías también en el aspecto arbitral? Porque deportes de factura más clara y menos aleatoria como es el tenis, no sólo disponen de un juez de silla y de los controladores de línea sino que, además, los jugadores pueden pedir por tres ocasiones la comprobación del llamado "ojo de halcón" que indica si la bola ha tocado la línea o no. Bien mirado el fútbol que sólo confía en la palabra del árbitro tampoco ha hecho nada para ser un espectáculo basado en el fair-play. Por más miopes que sean los árbitros, ¿cuántos delanteros no se entrenan para simular un penalty inexistente que consiga enternecer al colegiado? En esos goles fantasma que entran en la portería y que salen inmediatamente, ¿cuántos porteros han cogido el balón y han admitido ante su afición que, aunque el árbitro no lo viera, el gol fue gol? Es evidente que la tecnología para garantizar la justicia de un resultado existe. Y sin embargo los grandes dirigentes del fútbol no están por la labor. Es más: algunos creen que la injusticia también forma parte de aquella liturgia futbolera de la que les hablaba. O sea: que más vale resultado injusto que partido aburrido. Porque -y eso es lo grave- algunos de los que se niegan al fútbol con control tecnológico aducen para justificar su resistencia una pérdida de interés si todo estuviera más pautado. ¡Ya ven lo que son las cosas! Ahora resulta que la tecnología no sirve para hacernos la vida mejor, porque lo connatural en el ser humano competitivo es la lucha hecha a mano, el enfrentamiento con malas artes, la zancadilla invisible, el fraude oficializado. Debería ser un buen motivo para que todos ustedes, apóstoles de la informática, se dirigieran a Blatter y compañía para llamarles de todo: desde oscurantistas, retrógrados, antiguallas, demagogos y otras lindezas. Porque la negativa a introducir nuevas tecnologías en el control de un resultado deportivo implica el mantenimiento del azar, de la trampa, del error, de la injusticia, de la frustración colectiva y de la confusión entre arbitraje y arbitrariedad. Pero con el fútbol nadie se mete. Preferimos la bronca al resultado. Y si perdemos por culpa del árbitro siempre será más estimulante que si perdemos contra una máquina. Será porque en el fondo nos gusta atontarnos con la salmodia de las vuvuzelas, esos instrumentos que, a pesar de su aburrimiento, todavía podemos controlar.