En materia tecnológica, si algo ha comportado la pandemia -y, más correctamente, las medidas profilácticas dictadas para evitar contagios- es un incremento de la práctica del teletrabajo que, según muchos analistas, ha llegado para quedarse en mayor o menor medida. Y, con ello, también se ha producido un incremento en la demanda de material informático para cubrir esta necesidad creciente.
Muchos trabajadores que, hasta marzo del año pasado, desarrollaban sus tareas presencialmente, y a partir de entonces se han reconvertido a teletrabajadores, disponían en sus hogares de equipos informáticos mínimos, incapaces de ofrecer un rendimiento suficientemente bueno como para acometer tareas profesionales.
Igualmente, muchas empresas en todo el mundo, se han visto en la tesitura de tener que suministrar a sus trabajadores las herramientas necesarias para poder desempeñar su labor desde casa, lo que sumado al anterior factor, ha dado como resultado el incremento en la demanda de equipamiento electrónico.
Según afirma Chuck Robbins, presidente y CEO de Cisco Systems, a pregunta de la BBC, al principio de la pandemia las marcas fabricantes calcularon mal, y pensaron que la demanda bajaría, por lo que redujeron sus pedidos de chips.
Por si esto no fuera poco para provocar una situación en la cual la demanda supera a la oferta, al desequilibrio también ayudaron algunos incidentes en las fundiciones de chips, tanto debidos a la propia COVID-19 como a otros factores, que llevaron a una mayor reducción todavía de la producción.
Para el máximo responsable de Cisco, la escasez de microprocesadores va a durar, por lo menos, seis meses más, lo que nos lleva a un escenario de empezar a salir de esta crisis concreta bien a final del presente año, por lo menos.
El problema de la localización
Otro factor -este más estratégico que debido propiamente a la COVID- que Robbins pone de relieve sobre la producción de semiconductores, es que la gran mayoría de las fábricas están ubicadas en Asia, especialmente en Corea del Sur, Taiwán, y China.
En los Estados Unidos, que siguen a esta tríada de países, tanto la administración gubernamental como las principales empresas que desempeñan un rol relacionado con los microprocesadores, apuestan por incrementar la producción nacional, lo que pasa indiscutiblemente por la apertura de nuevas fábricas de semiconductores (fundiciones).
También la Unión Europea ha puesto el ojo en el mismo problema, y entre sus objetivos estratégicos de futuro, figura el incrementar en gran medida la producción de chips para avanzar hacia la soberanía tecnológica.
Porque, no nos engañemos: el problema de fondo es este, el de no tener que depender de nadie para equipar los sistemas electrónicos del futuro, ya que cada vez serán necesarios más y más chips para toda clase de aplicaciones y appliances.