El cyberbullying escolar es un tipo de acoso que se produce principalmente en dispositivos móviles. En primer lugar, porque las fotos y vídeos de las víctimas se suelen tomar con un teléfono. En segundo, porque lo fácil es difundirlas mediante aplicaciones de mensajería como Whatsapp o en redes sociales de contenido efímero como Snapchat o Instagram Stories.
Paradójicamente, un reciente estudio del Centro de Estudios Estadísticos de Estados Unidos revela que los colegios en los que está prohibido el uso de teléfonos móviles tienen una tasa de acoso escolar mayor que en aquellos en los que sí están permitidos.
Por todo ello, resulta inquietante el auge del ciberbullying en ordenadores y dispositivos de sobremesa. En concreto el que se produce desde plataformas colaborativas de trabajo que usan los adultos como Slack, Trello, Doodle o Google Drive.
En concreto, este tipo de acoso se produce cuando los chavales crean supuestos grupos de trabajo en documentos compartidos como los que hay en Google Drive. De este modo, cuando los tienen abiertos en su ordenador, dan la sensación de estar trabajando de forma colaborativa con otros compañeros de clase.
‘En vez de jugando, mi hijo está trabajando’
Se trata de un doble engaño. Si sus padres les ven trabajando en este tipo de entornos colaborativos, tenderán a bajar la guardia ante posibles amenazas, al tiempo que se sentirán orgullosos de las capacidades digitales de sus hijos y del supuesto esfuerzo que les tiene inmersos y concentrados en un aparente trabajo para el colegio.
Las herramientas colaborativas permiten asignar tareas a otras personas. De esta manera, los acosadores, que pueden actuar de forma individual o en grupo, eligen a una o varias víctimas para citarlas a ‘trabajar’ conjuntamente en un documento.
A partir de ahí, pueden ir proponiendo maquiavélicas pruebas de las que se deja constancia en herramientas de planificación de trabajo. Se trata de una nueva forma de acosar a los chavales que surge de movimientos virales como el Momo Challenge, un ‘desafío’ en el que los chavales tienen que seguir todos los pasos que les indica un usuario que les agrega a WhatsApp si no quieren caer supuestamente en una maldición.
Una vez cumpliada la prueba, se borra del documento colaborativo, pero puede quedar registrada en algún tipo de calendario desde el que los acosadores pueden hacer seguimiento del cumplimiento de lo planificado para sus víctimas.
Editores de texto que sí pueden ser controlados por los padres
Pero el acoso no tiene por qué ser tan estratégicamente diseñado. El hecho de que se cree un grupo de trabajo entre los alumnos de una clase y que a uno o varios compañeros les sean retirados los permisos de lectura y edición, también podría ser índice de bullying. En concreto, si una persona es expulsada de uno de estos grupos, los que permanecen en ellos, pueden, potencialmente, aprovechar para compartir información sobre ellos, insultarlos o planificar alguna fechoría.
En contraposición a este tipo de acoso están los grupos que se crean exclusivamente para acosar a otros niños. Las herramientas colaborativas como Google Drive permiten editar textos y presentaciones en tiempo real. Es decir, lo que uno escribe en su ordenador se refleja sin ningún lapso de tiempo en las pantallas del resto de colaboradores del documento. Por tanto, es muy fácil insultar a otra persona o compartir imágenes comprometidas para luego borrarlas, sin dejar rastro aparente del acoso.
Sin embargo, al tratarse de herramientas pensadas para el uso profesional, cuentan con un historial de versiones.
“Si tenemos la sospecha de que nuestro hijo esté siendo acosado por medio de estas herramientas, sólo hay que revisar los últimos cambios que se han realizado en el documento para comprobarlo”, aconseja Hervé Lambert Global Consumer Operations Manager de Panda Security.