“El teletrabajo ha llegado para quedarse” es una frase que en estos últimos tiempos hemos escuchado repetidamente en relación al cambio de hábitos sociales que, para muchos, el resultado del confinamiento por el Coronavirus promete. En Alemania, por ejemplo, están estudiando declarar el teletrabajo como un derecho básico para los trabajadores, una medida que podría llegar en otoño.
En Twitter también afirmaron que sus trabajadores podrían disfrutar de las ventajas del teletrabajo una vez superado el confinamiento, y ya por siempre, mientras que GitLab es el paradigma del teletrabajo, ya que no tiene oficinas. Pero de antes de la COVID-19. Muchos de sus desarrolladores trabajan desde los lugares más impensados del mundo.
Pese a que el teletrabajo existía desde hacía tiempo, la situación provocada por el confinamiento ha acelerado en varios órdenes su adopción. Una de las consecuencias es que, en el futuro, perderá peso la importancia de vivir cerca del lugar de trabajo en el caso de determinados sectores industriales.
Este es, por ejemplo, el de la tecnología. Muchas empresas en las que ahora impera el presencialismo para tareas de desarrollo de aplicaciones o de marketing digital, por ejemplo, podrán reducir en gran medida el tamaño de sus oficinas físicas.
Una consecuencia de este cambio de paradigma es que el lugar de residencia de los trabajadores dejará de importar. Hasta ahora, y para acudir regularmente a una oficina, los trabajadores debían residir a una distancia razonable. Por ejemplo, tengo compañeros en Gerona que trabajan en Barcelona, a 100 km de distancia, lo que supone una hora en coche, y 40 minutos en tren de alta velocidad, más lo que conlleve el desplazamiento urbano para llegar a la oficina. Otro tanto ocurre, corregido y aumentado, en el área de la bahía de San Francisco.
Tanto Barcelona como San Francisco corren un peligro con la adopción masiva del teletrabajo o, más concretamente, su sector inmobiliario: pudiendo trabajar desde cualquier lugar del mundo, mucha gente empieza a optar por ‘deslocalizarse’ a localidades con menores costes y mayor calidad de vida.
Esta situación la refleja Business Insider, publicación que indica una caída en los precios de los apartamentos en el área de la bahía de un 9,2% interanual.
Si nos fijamos en los precios en Mountain View, hogar de Google, según la misma publicación estos han caído un 15,9% en el último año, mientras que en Menlo Park (que acoge el cuartel de Facebook), los precios se han hundido un 14,3%.
La batalla por el futuro en las poblaciones pequeñas será la de atraer a estos nuevos desplazados de las grandes ciudades, esta vez por voluntad propia, teletrabajadores que buscarán una mejor calidad de vida y unos precios del habitaje más atractivos.
Y es probable que la tendencia se dé, en mayor o menor medida, en todo el mundo.