Tanto China como Estados Unidos ya explicitaron hace tiempo que consideran el desarrollo de inteligencias artificiales como una prioridad estratégica para conseguir el dominio tecnológico o, por lo menos, no depender de otros países para utilizar este tipo de soluciones. Incluso Rusia, sin explicitarlo tanto, también está invirtiendo en este campo con miras estratégicas.
Y Europa, mientras tanto, ¿qué hace? Pues, según la revista Forbes, parece que dormirse sobre sus laureles.
La reconocida publicación denuncia que ninguna empresa o iniciativa europea se encuentra entre las principales del mundo para desarrollar motores de IA propios; las principales y más conocidas compañías del sector son la norteamericana OpenAI (famosa estos días por el exitoso ChatGPT), junto a las también norteamericanas Microsoft y NVIDIA, y aunque DeepMind es británica (fuera de la UE, pero geográficamente, continente europeo), es propiedad de Google, por lo que tenemos que considerarla también dentro de este paquete.
También tenemos a las chinas Baidu, Huawei e Inspur, a la surcoreana Naver, y a la israelí AI21 Labs.
El único país europeo que, según indica Forbes, parece haberse preocupado por el desarrollo de la IA en el viejo continente es Alemania, cuya asociación de desarrollo de IA (que participa en el programa europeo LEAM:AI junto a otras asociaciones nacionales) cuenta con el apoyo de la potente industria germana, con firmas tan conocidas como Bosch, SAP, Bayer o Merck, lo que le permite tener un presupuesto holgado para hacer cosas, aunque este se ve ampliamente superado por el de las empresas antes mencionadas.
¿Por qué es importante que Europa pueda dotarse de modelos de IA propios y no solamente utilizar aquellos desarrollados por otros países? Pues por varias razones, siendo la primera de estas que un corte en los servicios puede dejar a la UE sin poder emplear los modelos sobre los cuáles se basará buena parte de su actividad. Podríamos paralelizar esta situación con la del corte del gas procedente de Rusia que ha puesto en un brete la política energética de la Unión y, de paso, ha encarecido notablemente el precio de la electricidad.
Utilizar los servicios de otros supondrá también pagos recurrentes, lo que significa que ese dinero abandonará suelo europeo, tal vez para no volver más.
Finalmente, el panorama que se presenta es el de empresas europeas pagando por utilizar modelos de otros que, a su vez, estarán entrenando gratis, ya que le proporcionarán nuevos conjuntos de datos.