Lo que todos temían ha sucedido. Con la salida del libro electrónico se intentó ser lo más cauto para que no pasara con él lo mismo que sucedió con otros campos de la vida cultural. En los casos de la música y el cine, es difícil disociar tales terrenos con el concepto de la piratería.
Parecía pues que las medidas implantadas en el mundo del libro eran mucho más cautas para que no se repitieran los errores que han llevado al descalabro de las discográficas y las productoras de films.
Nada más lejos de la realidad, al fin los editores descubren que la piratería se ha asentado ya en el mundo de la literatura y que representará en este año, una pérdida de 400 millones de euros para las editoriales.
Preguntarse a quien debe atribuirse la responsabilidad de tal problema es tontería. Aunque nadie lo hubiera expresado de forma abierta, todo el mundo tenía en mente lo que sucedería en este sector con la llegada del libro electrónico. Probablemente la política de mantener precios similares a los de los libros en formato papel no ayuda demasiado a mantener una industria como la de la literatura.
Ahora como hacen los editores tan sólo queda quejarse, en este caso al ministerio y sobre avisar del aumento de descargas ilegales de libros. El final probablemente ya es conocido por todos. Se trata de establecer medidas arancelarias y crear organismos psicópatas de control.