Desde que la aviación militar madurara durante la Segunda Guerra Mundial, esta se ha hecho imprescindible en casi cualquier teatro de operaciones de un conflicto armado como elemento para asegurarse la preeminencia sobre el enemigo. Su capacidad para atacar tras las líneas de frente enemigas, destruyendo instalaciones, interrumpiendo la cadena logística, eliminando tropas, o provocando otros daños llevan a que, actualmente, los principales ejércitos del mundo cuiden especialmente sus respectivas aviaciones.
Para los planificadores estratégicos y creadores de doctrina militar, hay un problema respecto a la aviación militar: su número. Un avión, como un moderno cazabombardero, no es barato y, además, requiere de cuidados especiales por parte de un equipo técnico humano muy numeroso, y la instrucción de un piloto que, a veces, es más valioso que el propio avión por su entrenamiento y experiencia.
Los actores que, en un futuro próximo, podrían verse implicados en un conflicto a gran escala contra potencias que alinean un mayor número de aviones, se están preguntando qué pueden hacer para nivelar los números y, con ello, igualar por lo menos el dominio aéreo enemigo. Y la respuesta a esta pregunta, según el rotativo Asian Military Review, pasa por dotar a cada avión con tripulación humana de una serie de ayudas (wingmans, en la terminología propia del sector) en forma de aviones robóticos dedicados a tareas determinadas.
Llamados CCA (Aviones de Combate Colaborativos por sus siglas en inglés), estos cazas autónomos no tripulados están diseñados para operar en grandes cantidades junto a aviones tradicionales o, en muchos casos, adelantándose a ellos en formaciones de combate. Gracias a ellos, cada avión de combate tradicional puede multiplicar su efectividad al volar con varios CCAs, ampliando su capacidad de detección y ataque.
Uno de los principales beneficios de los CCAs es su capacidad para actuar como una red de sensores que ofrece múltiples perspectivas en zonas de conflicto. Dicha capacidad es especialmente útil para detectar amenazas de baja visibilidad, diseñadas para evadir la detección, pero que se vuelven más fáciles de identificar cuando son observadas desde múltiples ángulos por varios instrumentos.
Además de reforzar su capacidad de detección, los CCAs también pueden ir equipados con armamento aire-aire, lo que les permite actuar de manera ofensiva si la situación lo requiere. Otra ventaja clave es que, al no ser tripulados, los CCAs pueden ser los primeros en entrar en contacto con las fuerzas hostiles, protegiendo así a los pilotos humanos, que pueden mantenerse a una distancia segura.
El artículo pone de relieve que la colaboración de distintos países en su diseño y producción (cita explícitamente a Estados Unidos, Reino Unido, Japón o Australia) también aporta ventajas, ya que permite desarrollar distintos roles y soluciones, así como personalizarlo para cumplir con las necesidades de estos u otros aliados.
Finalmente, el texto termina por poner un par de ejemplos de aparatos que ahora mismo se están desarrollando: el XQ-67A y el MQ-20 Avenger, ambos de General Atomics Aeronautical Systems. Uno de los aspectos más destacados de estos aparatos, es que pueden producirse fácilmente en masa, lo que facilitará en un futuro que los países que lleguen a un acuerdo con los Estados Unidos, puedan fabricar sus propias versiones en un plazo de tiempo relativamente corto.