La administración Biden pretende llevar la delantera en la definición de los estándares y las tecnologías que formarán parte de la próxima generación de conectividad móvil, la 6G, a diferencia con lo que pasó con la 5G, en la que los Estados Unidos fueron a remolque de China.
Esta voluntad se enmarca en el enfrentamiento en varios frentes entre ambos países, que también salpica el campo tecnológico, en el que se enmarcan las sanciones a Huawei y otros fabricantes chinos de tecnología por parte del gobierno estadounidense.
Aún a día de hoy, la multinacional china Huawei dispone de la mejor infraestructura de red 5G, pero al estar prohibida en varios países, estos tienen que recurrir a fabricantes occidentales que ofrecen unas menores prestaciones.
El objetivo es, pues, participar activamente, y desde muy temprano, en el desarrollo de la 6G, según informan desde el sitio web Cyberscoop, basándose en declaraciones de altos funcionarios de la Casa Blanca.
Los Estados Unidos todavía están a tiempo, dado que la 6G se encuentra justo en el punto de partida, en el momento fundacional en el que todavía es una idea delineada sobre un trozo de papel, y que debe materializarse con asignación de frecuencias y tecnología que permita ofrecer mayor velocidad y menor latencia que la 5G, entre otros beneficios para justificar su adopción.
Y para lograr este papel preponderante, la administración Biden ya ha organizado una cimera con empresas privadas, organizaciones públicas, y países aliados, para poner las cartas sobre la mesa y tejer una estrategia común sobre la 6G.
Recordemos que las acusaciones sobre China se debían a la posibilidad de que el gobierno del país asiático espiara las comunicaciones de otros países gracias a la infraestructura adquirida a sus firmas. Ello se lo permite la legislación del país, que obliga a las firmas tecnológicas a incluir puertas traseras en sus productos para que el gobierno pueda monitorizar posibles actividades ‘delictivas’ (y léase entrecomillado por las suspicacias que ello provoca). Desde Estados Unidos se busca, pues, no depender de China en esta tecnología concreta.
Mientras, desde China se busca lo mismo pero en sentido contrario -es decir, dejar de depender de la tecnología occidental- en el sector de los microprocesadores, también sumamente estratégico.