Cada vez más, cuando un consumidor busca adquirir un smartphone -y especialmente si este es de gama alta- gira la vista hacia los terminales reacondicionados, que en estos últimos años han ganado tracción, especialmente entre el público del segmento entre 19 y 24 años.
Por un precio que puede rondar entre el 30% y el 70% menos que el mismo terminal nuevo y a estrenar, los reacondicionados dan, sobre los de segunda mano, una garantía fruto del resultado de una puesta a punto que garantiza su rendimiento.
Tal vez, antes de continuar sea bueno diferenciar lo que es un terminal reacondicionado de uno de segunda mano, para aquellos lectores que no estén familiarizados con ambos términos.
Cualquier artículo de segunda mano se vende de particular a particular o en tiendas especializadas en este tipo de artículos (que los compran a unos para venderlos a otros añadiendo su margen), pero se vende tal cual sale de las manos de su anterior propietario.
En contraposición, un dispositivo reacondicionado, sea este un smartphone, ordenador o cualquier otro, pasa por un proceso intermedio por el cual se lo somete a una profunda revisión, se le sustituyen piezas y componentes según sea necesario para que ofrezca un rendimiento aceptable, e incluso se le sustituyen partes de la carcasa para embellecerlo y que no parezca tan usado, y se vuelve a lanzar al mercado, con una garantía y un sello de calidad que garantiza que funcionará en unas condiciones aceptables para el comprador.
Es, para resumir, la diferencia entre la certeza de que se compra algo que funciona bien de los reacondicionados, frente a la lotería de la segunda mano.
Back Market es una compañía francesa que opera en seis mercados distintos, entre ellos el español, y que entró el año pasado en el Estadounidense. Además, en su haber cuentan con colaboraciones con grandes marcas como Apple.
Esto último me sorprendió, pues la lógica me dictaba que los fabricantes no deberían estar muy a favor de este tipo de iniciativas por robarles posibles vendas, y así se lo expuse a Léon Gebert, business developer de Back Market en la entrevista que le hice este pasado Mobile World Congress.
Obviamente me contestó que las cosas han cambiado, si bien cuando nacieron en París en 2014, efectivamente tenían a la industria en contra. No obstante, el hecho de poder proporcionar dinero a los usuarios que querían actualizarse, y una puerta de entrada a los que no se lo podían permitir con uno nuevo, pero dejando un impacto positivo de la imagen de la marca fabricante del terminal (que seguramente no se habría conseguido con un segunda mano).
Su modelo de negócio es como marketplace de tiendas y comercios online de reacondicionados, contando con un catálogo de unas 170 categorías de productos que no son todos smartphones, pues también compran y venden ordenadores, equipos de audio, cámaras de fotos, o drones entre otros.
En Back Market trabajan con diversos talleres de reacondicionamiento, lo cual también impulsa a las economías locales, y lo hacen con unos estándares muy exigentes. por ejemplo, la batería tiene que rendir a un mínimo del 85% de la original, si no, se cambia.
Esto incrementa ligeramente el precio, pero a cambio se garantiza un rendimiento del 100% cuando se entrega el terminal, algo imposible de conseguir en la segunda mano. Sólo hay una pega: las actualizaciones del software.
La mayoría de los fabricantes personalizan el sistema Android para adaptarlo a sus objetivos comerciales, con lo cual las actualizaciones deben ser realizadas explícitamente para cada modelo distinto de terminal. En el momento en que la marca dice que ya no ofrece soporte a determinado modelo, el sistema de este ya no estará “a cubierto” de posibles agujeros de seguridad que se vayan descubriendo, que serán explotables por terceras partes.
Pese a este inconveniente, las ventajas son múltiples, y no sólo a nivel personal, sino también colectivo. Concretamente, para el medio ambiente.
Mientras tomamos un café, Gebert me comenta que gracias a la actividad de su empresa, se han ahorrado más de mil toneladas de chatarra echada al medio ambiente, muchos de los elementos de las cuales difícilmente son reciclables y otros, directamente, tóxicos.
Me cuesta mucho imaginarme un millar de toneladas de lo que sea, pero se lo agradezco y, subrepticiamente, le lanzo una mirada a mi móvil. Cuando lo cambie, ya sé qué destino le aguardará, y no va a ser el de contaminar.