Fuí el primero de mi clase y entre mis amigos de fuera del colegio en tener un ordenador, mi primer ‘amor’ en el mundo de la informática que, a posteriori, marcaría mi vida. Yo tenía ocho años (corría 1982), y la máquina era un ZX81 de la compañía Sinclair.
En aquel entonces, y como era lógico en un chaval de tan corta edad, no pude comprender exactamente qué es lo que tenía entre manos. Aquella máquina me acompañaría hasta entrados los quince años, cuando estudiaba segundo de BUP y, entonces, lo sustituí por un Amstrad PC1512, ya todo un compatible PC con un micro 8086, y 512 veces la cantidad de RAM del ZX81; efectivamente, mi nuevo flamante ordenador tenía 512 KB de memoria...
No guardé el Amstrad, demasiado grande como para no molestar en algún armario, pero sí conservé y conservo aquel ZX81, bien protegido en una caja y también en un rinconcito de mi corazón.
Mi vida profesional y buena parte de mi vida personal se la debo a Sir Clive Sinclair, a quien nunca llegué a conocer en persona, ni él a mí (y creo poder afirmar que nunca supo de mi existencia), pero que me influenció terriblemente con su creación. Efectivamente, el ZX81. Un agradecimiento compartido con mi padre, por llevarlo a casa, y con mi madre, ya que entre ambos me animaron a seguir mi temprana pasión por la ciencia computacional, aunque luego la vida me haya llevado por otros derroteros aunque siempre ligados a la profesión.
Es por todo esto que yo, que pocas veces siento próxima la muerte de personas famosas ya que no son próximas a mí, sí sentí que algo se resquebrajaba en mi interior cuando leí que Sir Clive Sinclair había traspasado el pasado 16 de septiembre, a una edad cuya cifra siempre ha tenido un significado casi mágico para mí: 81 años.
Nacido en Ealing (Londres, Inglaterra) el 30 de julio de 1940 de una familia con varios precedentes en el mundo de la mecánica (su mismo padre, sin ir más lejos), ya desde joven se interesó por el incipiente mundo de la electrónica, consiguiendo algunos trabajos veraniegos en empresas del sector, en las que aprendía y ganaba algo de dinero.
De hecho, empezó a diseñar sus propios circuitos, aunque estos fueron rechazados una y otra vez por su precocidad.
A los 18 años deja la escuela y empieza a vender kits de electrónica a entusiastas del sector a través del correo, una práctica muy habitual en aquella época. Con soltura para moverse en un mercado que conocía porque él mismo había sido cliente con anterioridad, Sinclair tuvo éxito con un circuito de radio.
También escribió un libro que le publicaron (con hasta diez ediciones posteriores) en 1959: Practical transistor receivers Book 1. Sería el primero pero no el único.
En 1961 registra su primera empresa, Sinclair Radiotronics, aunque le cuesta encontrar financiación para sus desarrollos, que vende en forma de kit para que cada cliente se lo monte en casa. Es por ello que combina su actividad empresarial en el campo de la electrónica con la escritura de libros.
Poco a poco la compañía surgió a flote vendiendo calculadoras electrónicas, o televisores en miniatura, e incluso intentó lo que podemos considerar un precedente muy primitivo de los actuales smartwatches, ya que funcionaba dando la hora en unas luces LED cuando se pulsaba sobre una superficie: el Black Watch, que lanzó al mercado en 1975.
Problemas con la batería y la robustez del dispositivo llevaron a una situación económica no muy buena, lo que hizo que Sinclair buscara inversores. Como suele pasar en muchos casos, el inventor inglés tenía una visión que los inversores, que querían ver rentabilizado su dinero, no compartían, así que en 1979 la empresa se disuelve.
En este momento, Sinclair decide invertir su indemnización en Science of Cambridge, una compañía salida de uno de los ex-empleados de Sinclair Radionics. El nombre, por cierto, no guarda más relación con la famosa universidad homónima que una proximidad geográfica de las sedes de ambas.
Esta compañía, rebautizada en 1980 como Sinclair Research, lanza el ZX80, mi ZX81 (entre otros muchos ejemplares de este modelo pero, por favor, permítanme la emocional licencia posesiva) y, sobre todo, un ordenador que sería icónico para toda una generación: el ZX Spectrum.
Era aquella máquina lanzada al mercado en 1982 que, en su parte inferior derecha, lucía una banda de colores parecida a un arcoiris, aunque con menos colores y en otro orden (rojo, amarillo, verde y azul), y que poseía 16 KB de memoria RAM. Un objeto de deseo y envidia hacia sus poseedores para aquellos que teníamos un escueto ZX81, créanme.
Tras este vino el Sinclair QL, El ZX Spectrum+, el ZX Spectrum 128, El ZX Spectrum +2 (¡con cassette integrado!) y varios modelos más, además de los habituales clones realizados por otras empresas.
En marzo de 1983, el inventor también lanzaba una nueva compañía, Sinclair Vehicles, con el objetivo de lanzar vehículos eléctricos personales para entornos urbanos. Supongo que un ya retirado Sir Clive debía sonreír al ver que, pese a su fracaso comercial, había sido pionero en ver la necesidad y las posibilidades de este mercado. Además, su sobrino, Grant Sinclair, también inventor, ha revivido el Sinclair C5, su vehículo de movilidad personal, en la forma del IRIS eTrike.
Con dificultades económicas, Sinclair vendería su compañía de ordenadores y productos electrónicos a Amstrad en 1986 para dedicarse al desarrollo de vehículos eléctricos, una actividad que nunca le daría los frutos económicos deseados y que abandonaría pasado 2010.
Nombrado Sir (caballero) por la reina Isabel II en 1983, Sinclair también recibió muchas otras distinciones que reconocían su labor en el desarrollo de la microinformática personal a caballo entre la década de los 70 y los 80 del siglo pasado.
Nos deja, en definitiva, un polifacético inventor que supo ver las cosas claras antes que los demás, y cuyo nombre no resuena tanto como los de Steve Jobs o Bill Gates, pero que sin duda ha marcado a toda una generación.
Gracias por tanto Sir Clive. Descanse en paz.