Aprender de la crisisEscrito por Joan Brunet el 24/02/2015 a las 17:57:063407
(Periodista. Director de la Fundació Bosch i Cardellach) Joan Brunet i Mauri
Una pregunta es recurrente cuando, según dicen los expertos y los indicadores macroeconómicos, en el horizonte se atisban los primeros síntomas que apuntan a una recuperación económica que a su vez debe conducirnos a la superación de esta crisis que desde hace tiempo nos tiene tan atenazados. Y la pregunta recurrente es ¿habremos aprendido algo de la crisis? O quizá sería mejor ¿habrán servido de algo los muchos sacrificios –de los unos más que de los otros-- que la crisis nos ha exigido? Mucho me temo que si observamos la realidad desde un prisma fundamentalmente social, la respuesta a ambas cuestiones deberá ser la de un NO rotundo.
Veamos. Cuando salgamos de la crisis, y se proceda al balance de pros y contras, de ‘daños colaterales’ ocasionados, caeremos en la cuenta de que se han aplicado medidas económicas que han comportado resultados contrarios a los que se perseguían, y que como una de sus consecuencias, habrán castigado especialmente a las clases medias. Y ello por mor de los muchos recortes salariales que a lo largo de estos años se han producido amparados en el discutible argumento de la necesidad de mejorar la competitividad. Pero no sólo eso. Es que además, ante la falta de una política tributaria justa y equitativa, habremos asistido a un aumento indirecto de la carga impositiva que también, mayoritariamente, está recayendo fundamentalmente sobre las clases medias, a pesar de que desde las instancias gubernamentales de turno se nos quiera hacer creer lo contrario.
En fin, es el cuento de siempre. Cuando la economía funciona, mejor será no tocar nada no fuese que estropeáramos el buen momento económico. Y cuando las cosas marchan mal, quien debe apretarse el cinturón somos los de siempre. Y esta crisis no está siendo la excepción. Muy al contrario. Está confirmando esta tendencia, puesto que la crisis está resultando ser beneficiosa para aquellos que más tenían, y que ahora tienen aún más, y perjudicial para aquellos que menos tenían, y que ahora tienen menos. Pero si lo hasta aquí apuntado debería ser motivo suficiente de preocupación por parte de nuestros políticos, aún lo debe ser mucho más que durante los años que llevamos de crisis las diferencias sociales se hayan agravado, y que el número de personas y de familias en riesgo de exclusión social presente cifras sonrojantes. Nunca, como ahora, los servicios sociales de carácter asistencial (Caritas, Cruz Roja, Ayuntamientos…) se habrán visto tan precisados a atender a tantas y tantas personas y familias como ahora lo están haciendo. Personas y familias que, en muchos casos, antes de la crisis disponían de un puesto trabajo que les proporcionaban rentas suficientes para poder vivir.
¿De qué habrán servido, pues, los muchos sacrificios que en aras a la superación de la crisis se nos han exigido? Desde un punto de vista estrictamente social deberemos convenir que de bien poco, puesto que la crisis nos dejará como herencia unas cifras de paro insostenibles, así como una creciente descohesión social e importantes mermas en el Estado del bienestar, con la sanidad y la educación al frente. Claro también que desde un punto de vista político, la crisis habrá servido para remover las entrañas de una sociedad que está evidenciando su desafección con el actual sistema de partidos políticos por el que nos venimos rigiendo, lo que a su vez explicaría en parte el resurgimiento de movimientos sociales y políticos que hasta hace bien poco eran prácticamente desconocidos, y que cómo acabamos de ver en Grecia, se hallan en pleno auge.
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