Un reducido grupo de jóvenes (o no tan jóvenes) unido alrededor de una idea innovadora. Una posible iniciativa empresarial les pasa por la cabeza. Llevan ya tiempo en común, posiblemente son amigos o compañeros y probablemente la propia idea es fruto de una similitud de preparación y capacidad; será fruto de unas vivencias comunes.
Los primeros pasos son relativamente fáciles, son etapas de trabajo “en bruto”, con escasos medios, mucho papel y horas con el ordenador hasta llegar al punto de tener entre las manos un posible “business plan”. Se requiere invertir y las primeras aportaciones son pequeñas, llegan de los propios emprendedores.
Pero ya el plan de negocio marca unas necesidades de capital, que casi nunca los propios emprendedores son capaces de aportar. Ahí empieza el largo y difícil recorrido de búsqueda de inversores. Largo porque las necesidades de financiacion no terminan nunca y difícil porque es algo nuevo en el quehacer de los emprendedores, cuyas capacidades estén lejanas a las económicas y financieras.
Ahí es cuando aparecen, si hay éxito, los inversores. Los hay de muy diversa índole, pero entre las primeras inversiones de business angels, entidades orientadas a capital semilla y las de capital riesgo con cantidades ya considerables, se encuentran los fondos patrimoniales o family office, a medio camino entre los anteriores. Con cantidades intermedias llegan a entrar en el capital de la empresa con un porcentaje considerable.
Ese es en parte el capítulo trampa del largo camino que los emprendedores han iniciado. Porque es en parte una trampa?. Veamos. Un family office normalmente gestiona el capital de personas físicas o de grupos familiares que por vía directa no van a estar en el capital; parte de sus rentabilidades irán a la propia gestora –van a éxito. Hasta ahí nada que decir: estas empresas hacen su trabajo mejor o peor pero tienen expertise en hacerlo y saben rodearse de buenos profesionales.
Pero con cierta frecuencia la gestión de los patrimonios familiares, la hace alguien de la propia familia que puede haber alcanzado un alto nivel de conocimientos financieros, han estudiado en buenas universidades, que su familia le ha pagado. Ahí empieza la posible razón del error. Hay conocimiento financiero, hay experiencias en la familia puesto que seguramente hay ya empresas familiares que son las que han generado el patrimonio. La búsqueda de nuevas inversiones se hacen entonces en campos distintos, pues se piensa en diversificación. Quiere decir que quieren invertir en algo que ellos no han invertido nunca y eso significa desconocimiento del terreno en el que se meten.
Las valoraciones del plan de negocio se harán sobre una base exclusivamente económica y financiera, lógico y eso está bien. Pero hay algo que olvidan: no entienden seguramente nada del sector de actividad en el que van a invertir. Si las cifras les convencen, si sus asesores son perspicaces, les darán buenos consejos. Eso a priori es así pero es probable que sus asesores también estén descubriendo algo nuevo para ellos, sino no sería nuevo. Por ello, como carecen de experiencia, es muy probable que no puedan asesorar en profundidad y hay un componente elevado de error. Este es el punto fundamental de la trampa: hay un margen de error que no entienden completamente y sus perspectivas no contemplarán íntegramente todo lo que puede suceder. Ello les llevará a una censura de la marcha de la empresa basada en resultados económicos únicamente. Y si esos resultados no son los esperados, como que su visión no es completa, no van a entender nunca que la gestión puede haber sido buena a pesar de no conseguir lo esperado a causa de que el mercado, que es algo dinámico, u otros factores, han reaccionado de forma distinta.
La evaluación que los inversores hacen entonces es únicamente de índole financiera, en el mejor de los casos, o con acciones legales absurdas contra los gestores, y no tienen capacidad de hacer otra cosa, pues su visión del negocio es muy imprecisa, limitada y seguramente no han aprendido nada en este tiempo. Posiblemente sus referencias sean experiencias muy distintas, máxime si, como ha pasado en España, su dinero viene del ladrillo. El riesgo inicial se ha convertido en algo que se ha olvidado: se podía perder la inversión, tenia probabilidad mayor que cero, y ha ocurrido. Es en ese momento en donde se descubre que su “visión inversora”, su sentido de mecenas, su estrategia de diversificación y su perspectiva de rentabilidad no era más que CODICIA. Lo que en la mayoría de ocasiones hacen es aprovecharse de unos descapitalizados innovadores, científicos, ingenieros o inventores, gente de alto valor intelectual y posiblemente más emprendedores, trabajadores, luchadores y visionarios que ellos, que tienen únicamente la suerte de tener dinero.
Que pongan la máxima alerta pues los emprendedores en sus negociaciones y procuren ver el grado de percepción del negocio que sus potenciales nuevos socios tienen del proyecto, del mercado y de las dificultades. La aceptación real del riesgo de perder el dinero debe subyacer en el inversor de forma muy clara y debería implicarse en alcanzar un profundo conocimiento de la realidad del mercado al que se dirige su participada: “debe entender que no está invirtiendo en Letras del Tesoro”. Los emprendedores, si no lo ven claro, que no acepten esa entrada de capital. Seguir buscando, crecer en valor de lo que se tiene y ya llegará el socio adecuado. Vale más decir NO.