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El callejón del gato

Escrito por Mario Agudo el 04/12/2018 a las 14:09:28
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Caminaba esta tarde por las solitarias y oscuras calles del centro de Villaviciosa de Odón, sobre la polícroma hojarasca cortesía de un otoño que ha despertado lluvioso e inestable. Mientras disfrutaba del decadente paisaje, se me ha ocurrido echar un vistazo a mis redes sociales, para ver qué pasaba por la cabeza de mis congéneres en aquel momento. Con solo entrar en Twitter, he visto desfilar por mi muro tal cantidad de despropósitos que me ha parecido vivir en una realidad paralela. Un carrusel de argumentos falaces, sectarios, irrespetuosos e, incluso, pueriles, me habían martilleado la cabeza en solo un instante. Abrumado, he recordado una noticia que escuché la semana pasada en la radio: un estudio revelaba que Twitter es considerada la red social más idónea para estar informado de una manera más rápida y fiable. Mal vamos si es así. Es evidente que el marketing político, asesino de las ideologías, ha encontrado en este foro viral y virtual la herramienta idónea para calibrar el estado de opinión de la audiencia y se complace en difundir carnaza para que sea aireada por sus huestes virtuales, con el único propósito de conseguir clientes (es decir, votos). Si mal estaba gobernar o proponer a golpe de encuesta, parece que hacerlo a golpe de tweet se antoja mucho peor panorama.

 

"El periodista es el plumífero parlamentario. El Congreso es una gran redacción, y cada redacción, un pequeño Congreso", decía don Filiberto en "Luces de Bohemia". Actualizando los factores de esta máxima, podríamos decir que el Congreso y la vida política se han convertido en una red social, en la que prima el postureo, y que cualquiera se siente analista político -o aireador de miserias-, gracias al altavoz que le proporcionan las redes sociales. Los medios llevan años entrando en este juego, entregados a una sucesión vertiginosa de acontecimientos noticiosos, algunos de ellos insustanciales, en la que la superficialidad, la ausencia de análisis serios y la visceralidad se combinan con el objeto de ofrecer un relato crispado de la realidad para que nosotros, encerrados en la caverna platónica, no lleguemos a saber nunca lo que realmente acontece.

 

Volviendo a Valle-Inclán, recordemos aquel callejón del Gato, en el que las imágenes más bellas pueden resultar absurdas al reflejarse en un espejo cóncavo. Quizás este Esperpento en el que vivimos, reflejo del sentido trágico de la vida española del que hablaba Max Estrella, sea nuestro callejón y solo podamos salir de él con buenas dosis de sentido común, una propiedad muy humana que parece haberse diluido entre la indigencia intelectual y la miseria moral que campan a su antojo en estos tiempos convulsos.