La disrupción abusa de su buena famaEscrito por Roger Callejà el 02/05/2017 a las 20:30:103425
(Director d'Innovació i E-Commerce Gremi d'Hotels de Barcelona) Estamos viviendo una época donde la innovación está cogiendo una aceleración exponencial. La palabra que define mejor nuestro tiempo es la búsqueda de la disrupción, aquella innovación que rompe un sector completamente, formulando de nuevo la forma en que los usuarios consumen ese producto o servicio y, las empresas que compiten por ellos.
La innovación ha salido de las universidades y de los departamentos de I + D de las grandes empresas, para pasar a ser el objetivo de miles de emprendedores individuales y de cualquier empresa pequeña o mediana. Incluso, las instituciones públicas buscan la innovación.
Hablamos de innovación en tecnología pero también en productos, servicios, modelos de negocio y procesos operativos. Poco a poco la innovación está impregnando las empresas 'veteranas', con una progresiva adopción por parte de los altos directivos y propietarios, factor indispensable para que se conviertan en innovadoras.
La innovación corporativa está empezando a tomar cuerpo en empresas tradicionales con diferentes formatos, como el intra-emprendimiento y el corporateVenturing, donde las empresas trabajan muy de cerca con start-ups para alcanzar aquella innovación que, como consecuencia de las propias estructuras rígidas de las compañías, no se podrían abordar.
Obviamente estas innovaciones buscan necesidades no cubiertas de los usuarios y también mejorar la propuesta de valor de productos ya existentes.
En esta búsqueda frenética de la innovación de miles (millones) de personas, existen varias disfunciones importantes.
La primera son aquellos productos que surgen de la intuición del propio emprendedor, que no se corresponden a necesidades reales y con una masa crítica de negocio.
El altísimo índice de mortalidad de las start-ups, cuantificado en un 80%, es en muchos casos consecuencia de este idealismo de los propios emprendedores, aunque se dan casos en que precisamente esta misma ‘inocencia’ es origen de la disrupción más impactante.
Esto resulta un gran inconveniente para las empresas consolidadas del sector del turismo a la hora de apostar por la innovación que proponen las start-ups, puesto que se requieren grandes esfuerzos operativos e incluso económicos para que la empresa introduzca esta innovación, para luego ver como la start-up en cuestión desaparece por agotar sus recursos financieros y no conseguir las ventas necesarias para su subsistencia.
El ecosistema de inversores e instituciones que dan apoyo a los emprendedores, ya tienen asumido este alto riesgo y diversifican en muchas startup para que las pocas iniciativas exitosas compensen la inversión global.
En otros casos, donde la necesidad tiene potencial de negocio, muchas start-ups fracasan al no saber abordar correctamente la complejidad de la innovación, tanto técnica como financieramente.
También se da el caso que entre las diferentes start-ups dedicadas a resolver la misma necesidad, acaba triunfando no la más brillante sino la que ha tenido la mejor inspiración para conectar con el usuario o el mayor músculo financiero para imponerse.
Disrupción desleal
En todas estas dinámicas de emprendimiento y de innovación, nos encontramos con muchos ejemplos de disrupciones en un sector aprovechando los vacíos legales que existen, precisamente porque nunca había habido una actividad en ese espacio para ser regulada.
En muchos casos la ventaja competitiva de estas innovaciones es precisamente esta falta de legislación y de fiscalidad, que bloquea los operadores tradicionales y da ventaja competitiva a estas empresas nuevas, justo en el momento que la necesitan para su rápida expansión y consolidación. Este crecimiento acelerado incentiva la entrada en estas start-up de grandes inversores en sucesivas rondas de financiación, que exigen resultados a corto plazo.
Modelos como Uber o Airbnb crecen desmedidamente en este limbo y han conseguido una fortaleza tan grande que les permite realizar intensas campañas de relaciones públicas y de lobby para influir a su favor en la opinión pública ya los reguladores.
Muchas de estas empresas disruptivas tienen su origen en USA, donde la cultura anglosajona admite que una empresa desarrolle su actividad en un espacio sin regulación. En Europa, en cambio, existe una cultura opuesta, donde se entiende que la innovación debe desarrollarse respetando las regulaciones. En diferentes debates se marca esta diferencia de cultura como una desventaja competitiva para la innovación europea frente a la estadounidense.
El factor precio
El precio es fundamental para el cliente y, una vez se acostumbra a pagar menos dinero por un servicio, es difícil que vuelva atrás.
La sociedad del bienestar se ha basado en cargar de impuestos los productos y servicios para financiar los servicios públicos y también en hiperegular todos los sectores para proteger al usuario de abusos y peligros. Estas regulaciones tienen implícitos unos altos costes económicos que el empresario lógicamente imputa en el precio de sus productos o servicios.
Estos nuevos modelos disruptivos aprovechan los vacíos normativos y fiscales para ofrecer precios de venta mucho más económicos y ágiles, utilizando la presión de los consumidores para forzar la aprobación de sus modelos de negocio. El usuario, cautivado por los precios más ventajosos, le es difícil de percibir que está perjudicando el funcionamiento del estado del bienestar, de donde él mismo se beneficia.
Es obligación de las instituciones, velar por el equilibrio del sistema y actuar contundentemente sobre estas iniciativas ilegales, que amparadas en interesados discursos sobre colaboración, esconden un liberalismo feroz y economía sumergida.
Hay que dar el máximo de libertad a la innovación para que desarrolle nuevos modelos, pero hay que ser muy ágil a la hora de intervenir para que fórmulas tan nocivas como el alojamiento ilegal, no generen daños irreparables.
Roger Calleja Director de Innovación y E-Commerce |