Internet -la red- ha socializado la circulación de información del mismo modo que las redes sociales han dado vuelo a los procesos comunicacionales más diversos. Cualquier persona es hoy, además de un receptor habitual de información, también un potencial emisor. Sólo debe disponer de un ordenador -o de un utensilio similar (smartphone, tableta...)- , y de una conexión a la red. El resto es sumamente fácil. Pero a las ventajas que sin duda conlleva esta socialización y rapidez en la emisión de mensajes y de procesos comunicacionales, no se corresponde necesariamente un buen uso ético de la red.
Alguien dijo que la red es la gran ciudad virtual, y como gran ciudad que es de todo puede encontrarse. Por analogía, las redes sociales son como entidades, organizaciones, clubes a los que dan vida las personas que ingresan en ellos. La diferencia de estas entidades con las del mundo real está en que en el mundo virtual nadie se detiene a comprobar que la identidad de quien a ellas se apunta, se corresponda con una persona real. En cualquier caso, lo cierto es que una vez dentro del 'club virtual' el nuevo 'socio' podrá valerse de todas las oportunidades de relación que 'su' red social (su nuevo club) le ofrece... , y no -como bien decía a menudo mi abuela- este uso será siempre para bien. Y es que bajo el amparo de un supuesto anonimato cada vez más relativo, cualquier individuo puede utilizar una red social malévolamente si la aprovecha para difundir opiniones y/o contenidos que incluso podrían constituir delito por el hecho de vulnerar derechos fundamentales de la persona, tales como los derechos relativos al honor y a la intimidad entre muchos otros. Se trataría en este caso de malas prácticas difícilmente perseguibles, como también lo son aquellas actuaciones de cualquier sujeto que en la vida real sólo se siente fuerte cuando se esconde detrás de la masa.
El comportamiento de las personas no varía por el simple hecho de que se mueva en una colectividad física o que lo haga en la ciudad virtual que la red es. Los fundamentos éticos de cada individuo son el ADN de los valores que a él le impregnan, o quizá no. Solamente la formación y la educación en la libertad y en el respeto hacia los demás garantiza, también en las redes sociales, comportamientos que sean ajustados a la ética. Y es que el mundo virtual y el mundo real son hoy indiscernibles. Sociedad y redes sociales son fundamentalmente líquidas y sus fronteras difusas.
De este modo, hablar de ética en las redes sociales es hacerlo también de ética en la sociedad en general, y de los individuos que la conforman en particular. Separar el grano de la paja en cuanto a buenas prácticas no es una tarea fácil en la vida real, y menos lo será en la red y en las redes sociales en las que las malas prácticas tienden a crecer. También lo decía a menudo mi abuela: no hay peor sordo que aquél que no quiere escuchar. No hay peor comportamiento en el mundo real y en el mundo virtual que el de las personas sin escrúpulos. Mientras la sociedad no apueste claramente por la educación en valores -como la libertad, la igualdad, la justicia, el diálogo, el sentido crítico, el respeto a la diversidad, al honor, a la diferencia...- , los comportamientos éticos --en el mundo real y en el virtual-- continuaran limitados a los individuos que se sientan identificados y comprometidos con las buenas prácticas.
No pueden pedirse peras al olmo. No podemos esperar que todo el mundo practique un uso ético de las oportunidades que la red ofrece si la sociedad misma carece de estos valores. Al fin y al cabo seguramente nos sobren códigos éticos, y nos falten muchas más actitudes individuales y colectivas que reprueben las malas prácticas, sea en el ámbito social real o en el virtual.