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Nuestra supervivencia como Sociedad del Conocimiento

Escrito por Juanjo Villanueva el 23/04/2019 a las 22:05:08
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(Catedrático emérito de la UAB)

La Sociedad del Conocimiento es el producto destilado de lo que en su día fue la Sociedad de la Información. Su activo intangible más importante, el conocimiento, no es solamente un instrumento de la economía para crear riqueza como dijo en su día Peter Drucker, sino que permite organizar la sociedad en su derredor como centro de gravedad de vertientes tales como su generación, su difusión, su utilización o su implicación en la propia organización social. Europa en general, y sobre todo los países del norte de ella, tienen ese modelo de sociedad como referente.

 

Sin embargo, sobre ese ideal de organización social, en particular en este país del sur de esa Europa en decadencia, aparecen nubarrones que amenazan su existencia. La necesaria estabilidad acaba confundiéndose con la parálisis provocada por el abrazo de ese oso cada vez más monstruoso que forman las estructuras administrativas burocratizadas que la acosan. El resultado de este anquilosamiento es una pérdida de dinamismo y competitividad cuyas consecuencias son el descenso de los salarios a los infiernos de la pobreza, incluso para los jóvenes mejor formados de nuestra historia y la pérdida paulatina del bienestar social por falta de recursos para mantener los servicios básicos universales que han sido su orgullo, como la educación, la sanidad y las pensiones.

 

Un elemento estrella de las sociedades del conocimiento son sus sistemas de I+D, cuya relevancia es una condición necesaria, pero no suficiente, para mantenerlas. Su complemento imprescindible es un tejido empresarial innovador capaz de convertir los resultados de dicha I+D en un PIB tal que sostenga esas sociedades del conocimiento y a la propia I+D.

 

Sin embargo, la innovación la hacen las empresas y aunque se pueda favorecer desde la administración, el sector público no puede ni crearla, ni mantenerla, como sí es posible hacerlo con un sistema de I+D. Por eso, en este país donde los datos sobre innovación son tan deprimentes que todas las regiones (excepto Euskadi) están en ese penúltimo nivel de los cuatro en que las clasifica el Regional Innovation Scoreboard de la Unión Europea, el diagnóstico está tan desafortunadamente claro y el pronóstico, si seguimos así, también.

 

La Sociedad del Conocimiento es esa sociedad ideal que se mira en el espejo y se encuentra atractiva buscando un nuevo saber que almacena de forma estática, inerte y yerma y que refleja un tejido empresarial poco innovador y envejecido. La Sociedad del Conocimiento no se puede mantener sin un impulso que la movilice, que la dinamice, que la saque de su ensimismamiento paralizante ante una globalización cuyas fronteras para los flujos financieros, productivos o de conocimiento, son tan fácilmente permeables.

 

¿Qué puede hacer la Sociedad del Conocimiento para mantenerse? La propuesta es una sociedad emprendedora: la Sociedad del Emprendimiento. Una sociedad basada en el Élan vital bergsoniano que implica reaccionar, movilizarse, arriesgar y no depositar las esperanzas en soluciones procedentes de una Administración que no va a ser posible mantener. Ese impulso vital ha de venir de un cambio cultural de la propia sociedad civil que como dice Richard Florida se produce en hubs, no en países, hubs como Barcelona o Madrid que emergen con fuerza a pesar de las administraciones burocratizadoras que entorpecen el desarrollo ágil de esas iniciativas emprendedoras tan necesarias para nuestra supervivencia como Sociedad del Conocimiento.